A semana y media de haber terminado el fastidioso y nefasto horario de verano puedo decir que la vida vuelve a su cause de forma natural, sin complicaciones anti-biológicas y con grandes beneficios de productividad.
Lo he dicho muchas veces y lo seguiré diciendo las veces que sean necesarias: el horario de verano no es una cuestión de ahorro tangible para nuestra ubicación geográfica, el horario de verano es una cuestión de conveniencia transaccional con los gringos. Por cierto, que los gringos copiaron la medida de los ingleses, quienes a su vez la copiaron de los alemanes tras su implementación a causa de situaciones críticas derivadas de la Primera Guerra Mundial. Y como hubo una Segunda Guerra Mundial, va de nuevo el movimiento de horario. Dado que en los 70 hubo crisis energética, se hizo fácil dejar la medida de forma definitiva en Europa y E.E.U.U. La cuestión es que nuestro tradicional horario de invierno debería ser inalterable como lo era justo antes de que Ernesto Zedillo entrara al poder.
Pero dejémonos de sermones políticos e históricos. Este horario de invierno es una maravilla que relaja la vida diaria en cada uno de los miembros de mi familia por la simple y sencilla razón de que todo a nuestro alrededor es congruentemente natural con lo que vemos, oímos y sentimos.
Pero antes de terminar esta entrada dejo la siguiente pregunta al aire: ¿Si el horario de verano es una medida energética, realmente es lo suficientemente buena como para ser parte de los esfuerzos para evitar el daño a causa del cambio climático que experimentamos? Bueno, no quiero dejarla al aire, y disculpen si lo que digo carece de fundamentos, pero la realidad que percibo es que ni el cambio de horario, ni otras medidas son lo suficientemente buenas para las cuestiones climáticas… ¡NO HAY COMPROMISO REAL de ninguno de nosotros ni mucho menos de la gente tras las grandes cumbres para el cambio climático!
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martes, 5 de noviembre de 2019
viernes, 5 de marzo de 2010
La posesión de Ejekasesek
He estado en diferentes lugares del país y me han tocado diferentes climas, afortunadamente nada extremo aún, no obstante el pasado jueves 25 de febrero por la noche me tocó sentir qué es una posesión climática, particularmente de frío. Me tocó conocer el famoso Cerro de la Bufa, ubicado en la Ciudad de Zacatecas.
La temperatura estaba un poco baja, sin embargo ninguno de los que íbamos en el grupo rumbo al cerro se imaginaba que el ejekasesek estaría bastante fuerte. Al llegar, bajamos de los autos y ... ¡aaahhhhh!
Mi cuerpo empezó a temblar inmediatamente, la cara se iba enfriando rápidamente, la postura recta de la espalda era imposible sostenerla ante la presencia del frío. Mi chamarra de “súper-mega-borrego” más bien parecía una playera súper delgada y aunque escondía mis manos entre las bolsas también se iban paralizando. Repentinamente un adormecimiento empezó a apoderarse de mi ser, los huesos parecían tubos de vidrio transportando en su interior material criogénico. Poco a poco la posesión del frío en mí, era inevitable. Aún así tomé fuerzas. ¡El frío no iba a detenerme e impedir que sacara fotos (aunque movidas de tanto temblar), tampoco iba a detenerme en conocer todo el mirador y mucho menos me iba a quitar la intención de estar 20 minutos en la Bufa!
Al entrar al carro el hormigueo de cara y manos aumentaba. ¡La calefacción no hacía nada por exorcizarme del frío! Pero la fe en mi circulación sanguínea tuvo éxito y finalmente el monstruoso frío salió de mí dejándome en paz.
La temperatura estaba un poco baja, sin embargo ninguno de los que íbamos en el grupo rumbo al cerro se imaginaba que el ejekasesek estaría bastante fuerte. Al llegar, bajamos de los autos y ... ¡aaahhhhh!
Mi cuerpo empezó a temblar inmediatamente, la cara se iba enfriando rápidamente, la postura recta de la espalda era imposible sostenerla ante la presencia del frío. Mi chamarra de “súper-mega-borrego” más bien parecía una playera súper delgada y aunque escondía mis manos entre las bolsas también se iban paralizando. Repentinamente un adormecimiento empezó a apoderarse de mi ser, los huesos parecían tubos de vidrio transportando en su interior material criogénico. Poco a poco la posesión del frío en mí, era inevitable. Aún así tomé fuerzas. ¡El frío no iba a detenerme e impedir que sacara fotos (aunque movidas de tanto temblar), tampoco iba a detenerme en conocer todo el mirador y mucho menos me iba a quitar la intención de estar 20 minutos en la Bufa!
Al entrar al carro el hormigueo de cara y manos aumentaba. ¡La calefacción no hacía nada por exorcizarme del frío! Pero la fe en mi circulación sanguínea tuvo éxito y finalmente el monstruoso frío salió de mí dejándome en paz.
¡Una gran experiencia de itstik!
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